Posada de las Coronas
La ciudad estaba comunicada con los pueblos valencianos y otras ciudades allende del Reino a través de unos carros que transitaban por caminos polvorientos portando sus encargos. Llegados a Valencia tenían la costumbre de pernoctar en la misma posada según fuera el lugar de su origen.
De tal manera que aquellos mesones de amplias puertas se convertían en lugar de residencia para los ordinarios, con sus cuadras donde los capazos de hierba guardaban la llegada de las cansadas caballerías.
A la posada del Ángel, de tiempo inmemorial, acudían los procedentes de pueblos de Castellón, mientras que al Mesón del Caballo acudían desde Granada, Caudete, Cullera y Sueca; en la posada del Sol de la calle de Cuarte se alojaban quienes llegaban de la Mancha; en la posada del Lobo de la calle En LLop, los de Barcelona, Reus, Tortosa, Alicante y Elche; en la calle de la Carda estaba El Rincón, donde acudían desde Buñol y Chiva; en el de las Coronas de la calle Zurradores se hospedaban los de Alcora, Mora y Rubielos de Mora, y en el de la Muela de la misma calle los de Cuenca y Aragón; la calle Botellas en el de San Cristóbal recibía a los de Madrid, Zaragoza, Teruel, Ayora. A los que se podían añadir otros hospedajes en diferentes épocas.
Caminos de asfalto y vías de hierros de forma lenta pero imparable, significaron su final. Una profesión, la del ordinario, que duerme en el arcén de los recuerdos.
Fuente: Valencia en la Revolución (1834-1843) de Ivana Frasquet
Fuente: Valencia en la Revolución (1834-1843) de Ivana Frasquet
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