Archivo de Rafael Solaz
Cuando el arquitecto Joaquín Rieta diseñó el edificio que iba a cerrar en su ángulo agudo la plaza triangular de Emilio Castelar, quizá quiso fijar en el azul del cielo como un ariete nacido del lugar llamado a convertirse en un emblemático retazo urbano de la ciudad.
Quizás también, lo que no sabía en ese instante, es que en sus bajos se iba a ubicar un comercio que con sus amplios escaparates iluminaría una acera de añoranzas, tanto en cuanto sustituía por su trazado a la entrañable Bajada de San Francisco, por lo que la popularidad de sus tiendas se mantendría en el tiempo. O sí que lo sabía.
Casa Gil, con sus géneros de punto, vistió a los valencianos desde su fábrica en la calle Azcárraga. A su central de la calle Adresadors, se le sumarían dos sucursales cercanas, situadas en Pie de la Cruz y en la entonces llamada Avenida de Blasco Ibáñez, esquina a la calle Cotanda.
Pero la que pronto iba a convertirse en Casa Gil por excelencia, tendría su postal publicitaria de la mano de unos de los más prestigiosos cartelistas, el valenciano Arturo Ballester, diseñador gráfico, quien en su guache o acuarela, reúne flor, belleza y peineta.
Casa Gil, que nos invitaba en las tardes para "ir de escaparates".
Casa Gil, que nos invitaba en las tardes para "ir de escaparates".
No hay comentarios:
Publicar un comentario