La puerta de Serranos como alto trono, esbelta y con empaque, era la entrada a la ciudad para quienes acudían desde las cercanas huertas situadas al norte, o bien llegaban de la lejana serranía.
Y por su portal de rica tracería y rumbo al mercado, todos los días cruzaban legumbres, vinos, frutas y granos; aceites y carnes; esparto y miel; cestas y tinajas; maderas y leña para arder.
Junto a la Lonja y en su extensa plaza se alineaban los puestos con sus toldos, útiles que un día tras otro pernoctaban en su sótano a través de una puerta en el frontal; su recuerdo nos llega gracias a una ventana a ras del suelo.
Con sus precisos puntos de venta, el aceite se dirigía hacia la Lonja de su nombre al que se accedía por la calle Nueva, entre otras, y que a su derribo, dio luz la plaza del Dr. Collado, mientras que los granos alargaban su camino al Almudín. Y el pescado hacia la plaza Redonda y su entorno.
Antes de cruzar el portal los huertanos debían de pagar en el "fielato"el correspondiente impuesto que les autorizaba su venta en mercado, de acuerdo con una tarifa establecida para carnes, vinos, vinagres, madera...
Puertas hacia el mercado de madrugada, con retorno de vacío a la huerta
Puertas hacia el mercado de madrugada, con retorno de vacío a la huerta
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