1930 – Habían finalizado los felices años veinte y una nueva década de temores ocupaban las portadas de la prensa. El crack del veintinueve había cruzado el océano y su reflujo impactaba en el antiguo mundo, como un ajuste de viejas cuentas que nunca habían quedado saldadas. Pese a ello, el puerto de Valencia vivía entonces sus mejores años y el oro de nuestra huerta salía de la dársena con la garantía de sus dulces quilates. En el final de la avenida del puerto la brisa y el salitre se embelesan para entrar en Casa Calabuig donde el bocadillo de calamares, las sardinas fritas y el “barrechat” de cazalla y mistela, de un trago al gaznate, dejan su impronta con nuevos bríos. Al vinatero que con su tonel trasiega su mercancía, y junto a los tranvías y demás carros -entre peatones de paso ligero al mismo tiempo- llega, cual olla en ebullición bajo los tinglados del puerto, el vapor portuario que se desprende a escasos pasos. Del recién estrenado templete de Telefónica surgen mensajes a ultramar y Santa María del Mar recibe la rogativa de la mujer en auxilio de su esposo que lucha en alta mar por el rancho de su jornal. Brisa, salitre y tumulto, y el Faro espera las horas de la noche.
Casa Calabuig, el relajo del mar.
Casa Calabuig, el relajo del mar.
Muy bonita la foto de esa zona de la avenida del Puerto, es una lástima que algunas partes del puerto, como la escalera Real , hayan desaparecido , pero creo que el Puerro ha sido es y seguirá siendo muy importante para la ciudad. Como siempre un. Post muy interesante. Buen día y un abrazo. Gregorio
ResponderEliminarGregorio, el puerto, la vieja dársena, siempre fue un lugar entrañable. Y digo fue, porque ahora es otra cosa, de acuerdo con la modernidad, sí, pero ya no entrañable.
ResponderEliminarUn abrazo