José Sanchis Sivera
La catedral de Valencia estaba en plena ampliación, obras comenzadas en 1459. Un día de 1461, con las primeras luces del alba subieron al Miguelete, como era hábito diario, el campanero y los sacristanes a tañer las campanas. El horror y el pavor se apoderaron de ellos, una bestia mandada directamente por el Diablo estaba en lo más alto de la torre y los miraba. La impresión fue tal que unos cayeron a los suelos llenos de espanto santiguándose y dándose golpes de pecho, otros bajaron como rayos la empinada escalera, se metieron en la cama y cayeron enfermos.
La historia fue descubierta por don José Sanchis Sivera en su extensa investigación mientras trabajaba en su obra Guía histórica y artística de la Catedral de Valencia, publicada en 1909. Se encuentra en un escrito fechado en 1462 perteneciente al protocolo de José Esteve, escribiente del Cabildo valentino, referente a una denuncia hecha a monseñor Berenguer Company, sacerdote y juez del Cabildo, por parte del maestro de obras Francisco Baldoma.
Por lo que muestra el documento el maestro Baldoma era un trozo de pan y blanco de frecuentes bromas por parte de sus propios obreros. Una noche un grupo de ellos abrió la casa situada a los pies del Miguelete donde Baldoma guardaba materiales, herramientas y un borrico. Protegidos por la noche hicieron subir los más de 200 escalones de la dificultosa y peligrosa escalera de caracol al pobre animal, y tras no pocos esfuerzos lo dejaron en lo más alto junto a las campanas.
Aquel pobre pollino fue el demonio descubierto al amanecer que casi consiguió hacer volar las campanas tocando arrebato. Enterado de la fechoría, Baldomar no podía creer que alguien hubiera subido su burro a lo alto del Miguelete, costando convencerle de que la brujería nada tenía que ver en el asunto. Asumiendo la pesada broma, protesto al Cabildo, el cual le respondió que estudiara la mejor forma, y lo más pronto posible, de bajar al jumento. No hubo forma de hacer descender por la escalera al borrico.
Finalmente, pagando de su propio bolsillo los sueldos, la comida y la bebida, Baldomar contrató a unos marineros expertos en subir y bajar campanas. Ante el acontecimiento se reunió gran cantidad de vecinos atentos a observar y criticar las maniobras precisas. Los diestros marineros prepararon unas cabrias atando con gruesas cuerdas al pollino y comenzaron a descenderlo. Al verse en el aire a tal altura el pánico se apoderó del animal haciendo imposible su descenso. Finalmente tapando su cabeza con un saco consiguieron hacerlo llegar sano y salvo a tierra.
La gente lo celebró desde las calles, balcones y azoteas, el maestro Baldomar también lo aplaudió y pudo respirar tranquilo, aunque la broma de los obreros le supuso un buen pico de dinero.
Texto de Paco Máñez
Fuentes: Crónica, número 1292, 5 de agosto de 1936, Vicente Vidal Corella.
ABC, 18 de mayo de 1972, Vicente Vidal Corella.
ResponderEliminarVaya... Pensaba que era un cuento de esos que cuentan los abuelos, para entretener, de esos cuentos que son formados por las leyendas urbanas. No sabia que estaba documentado el hecho.
Estupendo el texto y las imagenes.
Ladyhalcon es una historia fascinante que Paco Máñez de forma magistral ofrece a sus lectores.
ResponderEliminarUn saludo
Muy interesante historia y vemos como desde el inicio de la humanidad , las gamberradas , están a la orden del,día, no es de extrañar la sorpresa y el susto de encontrarse un pobre jumento en las alturas. Gracias y buen día para todos. Gregorio
ResponderEliminarGregorio menos mal que quedó en una gamberrada y documentada. Si se les hubiese ocurrido decir que los burros vuelan, sería una leyenda.
ResponderEliminarUn abrazo
Bonita y divertida historia.
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ResponderEliminarLo del burro tiene muchas interpretaciones, dándose aquí la más chistosa, pero la realidad callada no es esa.
Desde la noche de los tiempos los cuadrúpedos son contemplados como bendición en unas cosas y como motivo de maldición en otras. Cosa idéntica con los cerdos y los perros.
Así cuando se mencionan los ritos de maldición o bendición que hacen los musulmanes y los cristianos, en natural siempre entran los caballos y los perros.
Quienes conquistaban una ciudad de entrar en ella montados a caballo, esto era bendición para el conquistador. Y si esta era musulmana encerraban perros (calp) en sus mezquitas barios días para que el espíritu musulmán quedara maldecido. Fregándola después con agua bendita. Esto dio en nombre de perros cristianos como insulto musulmán.
Pero si eran los musulmanes quienes conquistaban una ciudad cristiana, en sus iglesias metían caballos y les obligaban a cocear, a dar coces, cosa que se interpretaba como maldición. En cristiano y en musulmán la tumba que pisa un caballo queda maldecida.
Quienes subieron el burro al Miquelete lo que pretendían era maldecir el Miquelete. Y quienes vieron el burro no se asustaron, vieron al demonio pues sabían que dicha realidad del burro era maldición.
Estas cosa por más que se callen son así.
So. Andrés Castellano Martí.
Sr. Castellano, muchas gracias por su comentario, en definitiva, por su aportación.
ResponderEliminarUn saludo.