Años 50 - En privilegiado enclave en aquella Valencia que no conocimos o recordamos, estaba ésta cordelería: calle de la Carda, calle de la Bolsería, calle de las Botellas y mirando a su frente la Plaza del Mercado, conformaban sus puntos cardinales de situación.
Cordeles, sogas, cestas, alpargatas de suela de cáñamo o de careta, bastones y muchos más artículos, pero el que más llamaba la atención, sobre todo a la chiquillería, eran sus cachirulos. Los cachirulos de casa Amérigo.
Cuando las fallas ya habían pasado, y cercana la Semana Santa y su Pascua de Resurrección, era todo un espectáculo pasar por esa emblemática esquina; aparecía ante nuestros ojos, una verdadera cortina de cachirulos, cachirulos de todas clases, formas, tamaños y colores; que mecidos por la ya primaveral brisa, en ondulantes movimientos, daban un aire de libertad y frescor.
Era todo un ritual ir a comprar el cachirulo a casa Amérigo. Cachirulos que viajarían para ser empinados, en los más variados lugares, de los alrededores de Valencia, y cercanos pueblos. Algunos tendrían larga vida, pero los más, quedarían enganchados en algún árbol, tendido eléctrico o destrozado contra el suelo; pero la ilusión de aquella infancia se vio cumplida plenamente.
Quedaría para nosotros, la impronta de esos cachirulos de casa Amérigo, que cuando se compraron, ¡ya habían volado!.
Cordeles, sogas, cestas, alpargatas de suela de cáñamo o de careta, bastones y muchos más artículos, pero el que más llamaba la atención, sobre todo a la chiquillería, eran sus cachirulos. Los cachirulos de casa Amérigo.
Cuando las fallas ya habían pasado, y cercana la Semana Santa y su Pascua de Resurrección, era todo un espectáculo pasar por esa emblemática esquina; aparecía ante nuestros ojos, una verdadera cortina de cachirulos, cachirulos de todas clases, formas, tamaños y colores; que mecidos por la ya primaveral brisa, en ondulantes movimientos, daban un aire de libertad y frescor.
Era todo un ritual ir a comprar el cachirulo a casa Amérigo. Cachirulos que viajarían para ser empinados, en los más variados lugares, de los alrededores de Valencia, y cercanos pueblos. Algunos tendrían larga vida, pero los más, quedarían enganchados en algún árbol, tendido eléctrico o destrozado contra el suelo; pero la ilusión de aquella infancia se vio cumplida plenamente.
Quedaría para nosotros, la impronta de esos cachirulos de casa Amérigo, que cuando se compraron, ¡ya habían volado!.
Texto: Germán Gómez.
Muy interesante el comentario y la foto, tenía que ser la fachada muy espectacular con tanto colorido en la misma. Buen día y un abrazo . Gregorio
ResponderEliminarGregorio y con la labradora al lado quizás con la ilusión de empinarlos.!!!
ResponderEliminarUn abrazo
Gregorio y con la labradora al lado quizás con la ilusión de empinarlos.!!!
ResponderEliminarUn abrazo