Su imaginación es debordante. Una de las "chachas" de los años cincuenta que acudía con frecuencia al "Parterre", en su ensueño y como posible, imaginó esto:
Año 1878, y desde la ventana de su habitación en la casa donde servía desde los quince años, y ya desde hace cuatro, miraba el arbolado de magnolios que poblaban el Paraíso que para ella se había convertido el jardín de la plaza del Príncipe Alfonso. ¡Se veía tan bonito! Con sus cuatro fuentes surtidor, redondas, y en la parte norte un estanque, así como una casa para el guarda en la zona sur.
Ya son las cinco de la tarde y se apresura a sujetarse bien
el delantal, de blanco impoluto, con un gran lazo a la espalda; se espolsa minuciosamente la ropa con las manos y se atusa el pelo, colocándose el lazo
blanco, su favorito.
Y todo porque cruzaba los pocos metros de calle, que separan
el Cuartel de Artillería y el jardín, su apuesto alumno de la Academia del
Arma. ¡Iba tan guapo! Uniforme color
azul y gorro redondo, le daba un cierto toque francés que le gustaba. Como todos
los jueves a la misma hora y en el mismo lugar.
Bajó rápido las escaleras de aquella suntuosa casa y aún le
sobraban minutos para llegar donde él la esperaba, apoyado bajo la sombra de un
enorme ficus, seguramente el más antiguo de la ciudad. Como la época lo
requería se miraron fijamente y se inclinó a besarle la mano. La tarde era
fría y el paseo que comenzó en el ficus continuaba lento por los pasillos del
jardín. Rodeaban una y otra vez las cuatro fuentes, cuyo sonido les iba a traer
recuerdos posteriores.
Un gran pedestal rellenaba su centro, y en aquel momento no
pudieron comprender que hacía allí tal decoración sin ninguna reseña más a la
que hiciera alusión. Descansaban en los bancos blancos que estaban salpicados
entre árboles y plantas. Incluso se atrevían a hacer proyectos de futuro, sin
saber a ciencia cierta si serían posibles. No lo fueron, cuando él terminó la academia y fué destinado
a otra ciudad. Ella quedó sirviendo en la casa donde pasó su juventud y hasta
que cruzó su camino con un ebanista, amigo de la casa. Se trasladaron a otra
ciudad para formar un hogar.
Pasados trece años, aprovechando una visita a Valencia, por
el cariño que tenía a la familia donde había vivido su juventud, pidió a su
esposo un momento de intimidad, y bajó sola al jardín de sus recuerdos y
revivir lo que en un momento fue para ella su Paraíso.
Comenzó su recorrido como si del 1878 se tratara, pero ya
estaba en 1891 frente al ficus donde quedaba con su “soldadito” ¡Lo que había
crecido en esos trece años! Pasó por todos los lugares y se sentó en todos los
bancos donde lo solían hacer.
Quedó asombrada cuando vio que el gran pedestal ya no estaba
solo, una estatua ecuestre con el rey Jaime I el Conquistador lo llenaba.
Momento muy especial que le hizo
recordar cuando se preguntaron ¿porqué? Y ¿para qué? ese pedestal.
Lo rodeó y vio que estaba lleno de leyendas, que pronto se
preocupó de leer:
En la parte delantera un escudo de armas del rey Don Jaime,
en la parte trasera, el escudo de la ciudad de Valencia. En los laterales,
leyendas que nos hablan del ofrecimiento.
Una de ellas dice: Entró vencedor en Valencia, liberándola
del yugo musulmán, el día de San Dionísio, 9 de octubre de MCCXXXVIII, y la
otra: Al rey Don Jaime I el Conquistador, fundador del reino de Valencia,
Valencia agradecida, MDCCCXCI.
Y con la actitud de la figura, la de dirigir la tropa en su
conquista hacia la ciudad de Valencia, cerró el capítulo del Paraíso de su
juventud.
Texto de Amparo Zalve Polo
Texto de Amparo Zalve Polo
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