viernes, 4 de noviembre de 2022

BAJO LOS PUENTES EN EL PRINCIPIO DEL SIGLO XX

Tramo del río donde se aprecia el desvío de su escaso cauce, así como sus numerosas parcelas

Apenas un pequeño canal ocupaba el caudal de estiaje del río Turia, que contrastaba con la magnitud del lecho, pero sin embargo no llegaba a contener las crecidas.

El río se había estrechado a su paso por diferentes puntos de la ciudad por las construcción de los diferentes azudes que volcaban el agua a las acequias de las huertas próximas. Poco a poco se fue convirtiendo en un verdadero desastre ese lecho, porque además de que por donde no circulaba el agua, las condiciones higiénicas no eran buenas. Había un arraigada costumbre en Valencia de usar en él la extracción de grava y arena para las obras y se quedaban en su lugar profundos hoyos con consecuencia de encharcamientos de aguas podridas en las desigualdades del cauce del río.

Estas excavaciones incluso amenazaban pretiles y puentes por su proximidad a ellos.

Extracciones de grava y arena entre el puente del Real y la Pasarela en 1910. Foto Tívoli

Los lugares por donde el cauce no trazaba su paso era utilizado para el cultivo, pero no era fácil obtener sin autorización, que si bien la otorgaba la CHJ ( Configuración Hidrográfica del Júcar), solo se invadió a principios del siglo XX el tramo comprendido en entre el Azud de Rovella y el comienzo del muro de encauzamiento de la margen izquierda en la alineación del camino de Burjassot. Como el que hace ojos ciegos, iba extendiéndose hacia el puente de San José, hasta que llegado 1916, y con los ojos bien abiertos, la tolerancia fue total por parte del Ayuntamiento republicano, ya se sabe, cultivadores electoreros del partido.

Pero el mayor caos que pudo ocurrir en el lecho del río fue una consecuencia de la pobreza tras la Guerra Civil. Las viviendas, chozas, barracas, o tantas formas nominativas como las hubiera, iban tomando terreno.

Cientos de peticiones llegaban diariamente a la CHJ para establecer infraviviendas, y que se lo montaban tan bien que tenían casa, huerta, y hasta incluso cuadra. Habían tantas que se ordenaban en calles con numeración. Todo estaba permitido, era la época de la Autarquía económica, y había que abastecerse cada cual como pudiera. Las pequeñas parcelas albergaban tomates, patatas, ajos, maíz, cebollas, coles,...

Chabolas frente a la Asociación Valenciana de la Caridad. 1942. Archivo de José Huguet

En los años cuarenta los distritos de Botànic, Marítim y Exposició, sobre todo la Petxina y el puente de Campanar, que estaba sin pretiles, estaban abarrotados de chabolas. El que no construía se metía entre las ruinas de los refugios antiaéreos y minas de ametralladoras abandonadas.

El departamento de Sanidad Municipal practicaba informes periódicamente sobre “Las chozas levantadas en la ciudad”

Pero llegó una riada importante, la de 1949, y creó un antes y un después. La ciudad de Valencia tomó conciencia de su río, y aunque quedaron unas cuantas chabolas en pie, con el comienzo de la trasformación llegaron a su exterminio total.

Texto de Amparo Zalve

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