Se alza glorioso con su traza octogonal, creyéndose que le quita protagonismo la torre del Micalet, pero no es así. No sabe que ha sido motivo de grandes elogios y que es considerado uno de los mejores ejemplares de la arquitectura gótica que hay en España. El Padre Tosca indica la traza de su montea en su tratado de arquitectura de 1712: “Con su propio peso, sin más estribos". En pleno período barroco, el arquitecto José Herrero: “Aviendo examinado de cerca todas sus labores, quedó pasmado de su primor, i me dijo, que con dificultad se encontrará en toda España obra que le iguale”. La función fue dotar de luz natural al espacio más sagrado de la Catedral.
Grandes eran los festejos que se montaban en el interior de la Catedral, y cuando en el siglo XIV ya se montó en primer cuerpo del cimborrio la agradable luz que por él entraba, daba lugar a que cierta representación teatral se hiciera bajo su claridad.
A mediados del siglo XIV la fiesta durante los días de Pentecostés era muy señalada y se esperaba con gran interés la que llamaban “La Palometa”. Un montaje escénico bajo el cimborrio.
En el dibujo vemos como era el aspecto que ofrecía entonces la Catedral con su campanario viejo.
Se disponía un escenario elevado entre el coro y el Altar Mayor, porque hay que recordar que antiguamente la Catedral tenía el coro a los pies de la nave principal por el rito hispánico.
Sobre el
escenario los doce Apóstoles cubiertos para el festejo con máscaras y diademas
doradas, en cuyo frontal se leía el nombre de cada uno de ellos, grupos de
judíos como figurantes, así como de peregrinos. La Virgen María en figura de
plata, ya que nadie podía representarla, piadosas mujeres a su alrededor y María Magdalena con una vistosa y larga
peluca.
El montaje tenía lo suyo. Lucía un verdadero entramado de poleas, raíles y rodillos. Todo para garantizar lo que a continuación comento.
La parte alta del cimborrio se decoraba con dos cielos de nubes, habiendo una nube central más grande hecha de hojalata, y las demás de papel y pergamino, decorados con pinturas y de las que se podían ver serafines con alas de papel engrudo. Las paredes del cimborrio se cubrían con ricas telas de raso, y a cada lado el sol y la luna, que por medio de elementos de tramoya brillaban o se oscurecían, según fuera el desarrollo de la representación.
Había llegado
el momento. Todos los espectadores esperaban ansiosos la aparición de la
“Palometa”, representando la venida del Espíritu Santo, abriéndose las telas
desde el cielo nuboso mediante un artilugio mecánico para hacerla descender. Tenía la Palometa cuatro hojas de papel hechas sus plumas, cohetes
instalados en ella que los lanzaba en todas direcciones, al tiempo que
pequeños crisoles bajaban encendidos simulando lenguas de fuego.
La gente
enfervorizada lanzaba pétalos de rosa al abrirse el cielo, mientras los
personajes entonaban cánticos. Todo acompañado de disparos de bombardas con
ballestas y otras armas de fuego en gran estruendo.
Demasiado fuego para no ocurrir nada, y ocurrió. A mediados del siglo XV, en 1469, una hora después de que una chispa escapará durante la bajada se declaró un incendio importante. En la foto arriba se puede apreciar la proximidad del cimborrio al Altar Mayor, y por consiguiente este último sufrió daños importantes. No se tardó en hacer un nuevo retablo, llamando para ello a los mejores artistas y pintores italianos. Llama la atención que esas pinturas hayan estado tapadas durante años y casi hasta nuestros días.
En el siglo XVI la fiesta consistió en la suelta de dos palomas.
Texto de Amparo Zalve Polo
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