La división de los valencianos a lo largo del siglo XVII no fue por motivos taurinos, tanto en cuanto se
celebraba la tauromaquia en los cadafales situados en la plaza del Mercado con gran alborozo. El enfrentamiento ciudadano
tuvo otro registro. En aquellos años lo fue conllevado por la necesidad de la Fe. Y su manifestación nacía desde el interior de la Iglesia de San
Andrés, donde el que sería reconocido como el Venerable Simón, de la que era sacerdote, había partido por la mitad a la sociedad de su
tiempo, en un proceso avivado, curiosamente, después de su muerte.
Suceso ocurrido en 1612, cuando se inició un frustrado proceso de
beatificación que tuvo repercusión en toda Europa, donde su culto alcanzó una gran popularidad, para pasar con posterioridad al olvido.
Era tal el fervor religioso que despertaba en la ciudad que
ante el rumor de su muerte, la parroquia de San Andrés, con sus restos allí presentes durante cuatro dias,
rebosó de fieles que procuraban tocar su cuerpo, incluso de apoderarse de
alguna de sus reliquias para su consuelo.
La cuestión divisoria entre los valencianos se había establecido por la pertenencia del sacerdote al
clero secular, gozando de gran simpatía por parte de los Jurados, mientras que
el Arzobispo Aliaga, que llegaba al frente del Cabildo en aquel mismo año, cuestionaba su figura, a la sazón con la contra de las
órdenes mendicantes que veían en Francisco Jerónimo Simón un "ídolo de
santidad fingida", lo que hizo que la Inquisición lo pusiera en su punto
de mira.
Pese a ello, alcanzó gran fama, inundándose con su imagen pintada sobre los altares de las calles de la ciudad.
Salzedo de Loayza, su primer biógrafo, los cifraba en más de mil, mientras que eran millones los grabados estampados con su figura que se difundieron por Roma, Francia, Flandes y el Reino de Valencia, donde "no hay casa en todo el Reyno que no tenga una y muchas figuras de diferentes estampas deste gran siervo de Dios", apostillaba el escribano.
Pese a ello, alcanzó gran fama, inundándose con su imagen pintada sobre los altares de las calles de la ciudad.
Salzedo de Loayza, su primer biógrafo, los cifraba en más de mil, mientras que eran millones los grabados estampados con su figura que se difundieron por Roma, Francia, Flandes y el Reino de Valencia, donde "no hay casa en todo el Reyno que no tenga una y muchas figuras de diferentes estampas deste gran siervo de Dios", apostillaba el escribano.
El Venerable Simón se quedó con este reconocimiento por parte de la Iglesia Católica, para pasar con los años al olvido de sus fieles.
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