Archivo Rafael Solaz
Apacible mañana, aunque soplaba un leve viento de Levante con la maresía que ello
provocaba. Invitaba al paseo, al encuentro con la ciudad, una ciudad de
1863 donde los huertos de hortalizas y de flores aparecian al paso hacia la
Alameda. La compañía del sonido del agua del Brazo de los Molinos, ramal de la
Acequia de Mestalla, que discurría en paralelo por la parte interior del Paseo
de la Alameda, dando servicio a diversos molinos hasta llegar al propio río.
El paso por el
Puente del Mar era el más favorable para llegar al mar, de ahí su nombre. El río Turia discurría tranquilo humedeciendo
las pequeñas parcelas de huerta que pertenecían a las barracas que se habían
instalado junto al lecho. Se entremezclaba el aroma del jabón de la ropa
secándose, de las emanaciones más fuertes de la alta chimenea de la Fábrica de Gas y el
desagradable olor de la Fábrica de Tabaco.
Al terminar de
pasar el puente y atravesar el Pla del Remei la vida era muy distinta. Grandes
conventos que iban situandose con los años junto a la muralla cristiana y que
después irian despareciendo de la misma manera, pero que en cierto modo
marcaron en su momento la ubicación en
una reconstrucción del puente, planteando el punto medio entre el Convento de
los Trinitarios del Remedio y los frailes de San Juan, ya que ambos reclamaban
su cercanía. Ni que decir tiene que las modificaiones que sufría eran fruto de
las riadas en épocas de lluvias fuertes, que dejaron atrás un sencillo puente
de sillares de piedra que sujetaban un tablero de madera, hasta que un siglo
después, finales del siglo XVI, se transformó en un bello puente de piedra con
diez arcos ojivales y a su paso las figuras de la Virgen de los Desamparados y
la de San Pascual Bailón, en sus respectivos casalicios. Aun faltaban trece
años para que el tranvía circulase sobre él, lo haría en 1876, un tranvía de
tracción animal que unía la ciudad con el Grao, al abrirse el Nuevo Camino del
Grao, importante vía arbolada.
Sobresalía la
chimenea de la Fábrica de Gas, con el que se iluminaría las primeras farolas
de gas en la Glorieta. Fue la empresa de Carlos Lebón la que se encargó del
alumbrado. El día 9 de octubre de 1844 fue un momento histórico, hasta se
inventaron cancioncillas populares ante el acontecimiento: “No te compongas
que no irás a la Glorieta a ver el gas”. El gas de hulla sustituyó al aceite
vegetal cuando la ciudad estaba a oscuras con las pocas farolas de aceite en ciertas calles, y que pagaban
los propietarios pudientes que en ellas
habitaban. Pero como estamos en 1863, hay que decir, que el propietario de la
Fábrica de Gas era Don José Campo, desde 1855.
La arboleda de
la Glorieta con sus bonitos bancos de piedra donde apetecía sentarse un rato, y
al mirar hacía la gran mole rojiza, hasta poder conversar sobre la Fábrica de
Tabaco. Allí estaba la fábrica desde 1828, en el majestuoso edificio construido
para Aduana en la segunda mitad del siglo XVIII. No fue bien acogida por los
vecinos desde el principio, los olores se hacían insoportables, y temían por el
riesgo de incendio que se pudiera provocar, agravándose con la proximidad de la
Fábrica de Gas.
Antes del
regreso, habría que destacar la expresión del viajero R. Ford cuando visitó
Valencia en 1840: “El paseo de la Glorieta fue tendido y plantado en 1817 por
Elio, quien convirtió en Jardín de las Hespérides un lugar que Suchet había
convertido en desierto al echar abajo trescientas casas, con objeto de dejar
una explanada ante la Ciudadela antigua”.
Guesdon - 1858
Texto de Amparo Zalve Polo
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