lunes, 18 de mayo de 2020

CRUZAR EL PUENTE DEL MAR Y ENTRAR EN LA CIUDAD

Archivo Rafael Solaz

Apacible mañana, aunque soplaba un leve viento de Levante con la maresía que ello provocaba. Invitaba al paseo, al encuentro con la ciudad, una ciudad de 1863 donde los huertos de hortalizas y de flores aparecian al paso hacia la Alameda. La compañía del sonido del agua del Brazo de los Molinos, ramal de la Acequia de Mestalla, que discurría en paralelo por la parte interior del Paseo de la Alameda, dando servicio a diversos molinos hasta llegar al propio río.

El paso por el Puente del Mar era el más favorable para llegar al mar, de ahí su nombre. El río Turia discurría tranquilo humedeciendo las pequeñas parcelas de huerta que pertenecían a las barracas que se habían instalado junto al lecho. Se entremezclaba el aroma del jabón de la ropa secándose, de las emanaciones más fuertes de la alta chimenea de la Fábrica de Gas y el desagradable olor de la Fábrica de Tabaco.

Al terminar de pasar el puente y atravesar el Pla del Remei la vida era muy distinta. Grandes conventos que iban situandose con los años junto a la muralla cristiana y que después irian despareciendo de la misma manera, pero que en cierto modo marcaron en su momento la ubicación en una reconstrucción del puente, planteando el punto medio entre el Convento de los Trinitarios del Remedio y los frailes de San Juan, ya que ambos reclamaban su cercanía. Ni que decir tiene que las modificaiones que sufría eran fruto de las riadas en épocas de lluvias fuertes, que dejaron atrás un sencillo puente de sillares de piedra que sujetaban un tablero de madera, hasta que un siglo después, finales del siglo XVI, se transformó en un bello puente de piedra con diez arcos ojivales y a su paso las figuras de la Virgen de los Desamparados y la de San Pascual Bailón, en sus respectivos casalicios. Aun faltaban trece años para que el tranvía circulase sobre él, lo haría en 1876, un tranvía de tracción animal que unía la ciudad con el Grao, al abrirse el Nuevo Camino del Grao, importante vía arbolada.

Sobresalía la chimenea de la Fábrica de Gas, con el que se iluminaría las primeras farolas de gas en la Glorieta. Fue la empresa de Carlos Lebón la que se encargó del alumbrado. El día 9 de octubre de 1844 fue un momento histórico, hasta se inventaron cancioncillas populares ante el acontecimiento: “No te compongas que no irás a la Glorieta a ver el gas”. El gas de hulla sustituyó al aceite vegetal cuando la ciudad estaba a oscuras con las pocas farolas  de aceite en ciertas calles, y que pagaban los  propietarios pudientes que en ellas habitaban. Pero como estamos en 1863, hay que decir, que el propietario de la Fábrica de Gas era Don José Campo, desde 1855.

La arboleda de la Glorieta con sus bonitos bancos de piedra donde apetecía sentarse un rato, y al mirar hacía la gran mole rojiza, hasta poder conversar sobre la Fábrica de Tabaco. Allí estaba la fábrica desde 1828, en el majestuoso edificio construido para Aduana en la segunda mitad del siglo XVIII. No fue bien acogida por los vecinos desde el principio, los olores se hacían insoportables, y temían por el riesgo de incendio que se pudiera provocar, agravándose con la proximidad de la Fábrica de Gas.

Antes del regreso, habría que destacar la expresión del viajero R. Ford cuando visitó Valencia en 1840: “El paseo de la Glorieta fue tendido y plantado en 1817 por Elio, quien convirtió en Jardín de las Hespérides un lugar que Suchet había convertido en desierto al echar abajo trescientas casas, con objeto de dejar una explanada ante la Ciudadela antigua”.

Guesdon - 1858


Texto de Amparo Zalve Polo

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