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sábado, 22 de abril de 2017

ESTAMPAS DE PATRAIX - V



Miramar y palmera monumental de la Batifora 2016. Tintas y óleo sobre papel Fabriano 300 gr. 14x9 cm. De la serie "Patraix antiguo" para Paqui López de Foro Inmobiliario
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LA BATIFORA

Hubo un tiempo que desde esta torre o Miramar se podía ver el puerto de Valencia. Es su finalidad, ya que está encarada perfectamente en esa dirección. En aquella época ningún obstáculo impedía la visibilidad, y solo se divisaba desde esta modesta atalaya un gran mantel de cuadros de distintos tonos de verde, las huertas flanqueadas por hileras de moreras, los cauces de agua de las caudalosas acequias y un buen número de barracas y alquerías.

En la lejanía se distinguiría, puede que con un catalejo, las arboladuras de los formidables veleros que entraban y salían del puerto.

La familia Dupuy de Lome, que tiene sus propiedades y casa solariega en Fontanars dels Alforins, dio a Valencia y a España personajes notables que prestaron grandes servicios y curiosamente la calle que está junto a la Batifora se llama así: Fontanars dels Alforins.

Enrique Dupuy de Lome fue un importante embajador al que correspondió prestar servicio en Estados Unidos, después de haber pasado por destinos en Oriente. A él se debe que el pabellón español en la Exposición Universal de Chicago de 1893 estuviera directamente inspirado en la Lonja de la Seda de Valencia. Y él fue el que tuvo la difícil misión de ser embajador en Washington, cuando los americanos se enfrentaron a España durante la Guerra de Cuba. Los días amargos de la explosión del 'Maine' también le corresponden a su gestión.

A Santiago Lluís Dupuy de Lomé (1818-1881) le debemos la creación de la fábrica de hilatura de seda establecida en Patraix desde 1837. La construyó junto a la acequia Favara en el camino antiguo de Picanya, pues necesitaba un importante caudal de agua ya que fue pionero en todo el estado español con la introducción, ese mismo año, de la primera máquina de vapor aplicada a la sedería.  Esta innovación en la industria le mereció una medalla de oro y el nombramiento de socio de mérito por la Real Sociedad Económica de Amigos del País. También necesitaba el agua para cocer los capullos de seda en enormes peroles.

En la entrada de agua de la acequia de Favara a esta fábrica había una reja para evitar que pasaran hierbas, troncos y otros desperdicios que pudieran circular. Esta reja era limpiada periódicamente por los agricultores para que no se obstruyera y la acequia inundara sus propios campos.

En esta fábrica estuvieron empleados alrededor de trescientos operarios, la mayoría mujeres procedentes de Picanya y Paiporta, más unas cincuenta que procedían de Segorbe. Según cuentan, las empleadas de esta fábrica envolvían el pañuelo en que estaban los huevos de los gusanos dentro de otro, que se colocaban en el pecho para darles más calor y acelerar el nacimiento. Parece que estos huevos provenían del Extremo Oriente y eran distribuidos entre los labriegos según la cantidad de moreras que tuviera cada uno.

A partir de 1854 una epidemia del gusano de seda, la pebrina, encarece enormemente la materia prima y provocó cambios drásticos en la sedería valenciana. Los “velluters” (fabricantes de terciopelo) que tanta importancia habían tenido en la Valencia del XVIII, casi desaparecieron y la mayoría de los telares supervivientes se concentraron en fábricas. La morera experimentó una radical disminución, a favor de otros cultivos, como los citrícolas, que iniciaron entonces su expansión por el regadío valenciano. Se mantuvo, sin embargo, y se prolongó ya entrado el siglo XX, un sector industrial de tejidos de seda, reducido pero eficiente, especializado en tejidos suntuarios de alta calidad del que aún subsisten algunas empresas destacadas en la actualidad.

A finales del siglo XX, en el año 1999, el Ayuntamiento de valencia, adquirió la propiedad y puso en marcha un proyecto respetuoso con sus principales piezas arquitectónicas: las puertas de piedra picada, el miramar que antiguamente oteaba sobre la huerta, las vigas de mobila (que se pueden apreciar en la luminosa sala de exposiciones Azorín) y las columnas de fundición que se aprovecharon y se hicieron compatibles con el centro deportivo y cultural.

De la mañana a la noche, desde las ocho hasta las veintidós, las instalaciones están muy concurridas. La biblioteca está llena de estudiantes y lectores. El centro deportivo, como todos los demás de la ciudad, tiene cursos de natación y otras muchas actividades deportivas para niños, adultos y mayores.

Lo que en una época fue un callejón tenebroso, con un nombre peculiar (Azagador de las monjas), con una vieja fábrica abandonada es un hervidero de vida y energía, salud y cultura.

Texto y dibujo. Santiago López Manteca

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